Villa del
Sol
Por: Lina
Lizcano.
Era un sitio tranquilo y agradable y estaba
habitado por personas muy buenas y tranquilas que vivían de su trabajo en los
campos y las fincas, cuidando animales y sembrando lo que después los
alimentaría. Pero también, en una cueva que quedaba a la salida de La Villa del
sol, a la que todos tenían miedo de acercarse, decían los mayores que vivía un
terrible y furioso ser, un ogro despreciable de enorme tamaño que no quería a
ningún ser viviente.
El monstruo era llamado Dante por los
habitantes del pueblo. Decían que nunca salía de esa cueva, ni veía la luz del
sol, y que a quien se atreviera a entrar a sus dominios le esperaba la muerte
más horrible, pues el monstruo los despedazaba con sus grandes mandíbulas. De
él decían que era un engendro del mal que se había convertido en una enorme y
horrible masa de pelos y colmillos capaces de partir una vaca en dos de un solo
mordisco. La gente tenía miedo de pasar cerca de la cueva, pues contaban los
viejos del pueblo que el solo gruñido del monstruo podía paralizar de miedo al
más valiente y congelar la sangre en el cuerpo, pues decían que Dante, cuando
se enfurecía, botaba fuego por la boca como los dragones de los cuentos.
Thatne siempre quiso acercarse y averiguar de
cerca si era cierto lo que decían del temible monstruo. Ella, una niña hermosa,
de cabellos dorados como el sol, amaba las flores y cuidaba su lindo jardín.
Creía que hasta el monstruo más terrible podía calmarse por la magia del amor y
el calor de una sonrisa. Sonreía cuando había sol o tormenta, cuando tenía
hambre o después de comer. Sonreía y sonreía, y su sonrisa la cuidaba de todo
lo malo del mundo. “Sonreír para vivir. Vivir para sonreír”, pensaba Thatne.
Sus padres le habían dicho que era muy
peligroso acercarse a la cueva y le prohibieron que pasara cerca. Una tarde,
cuando ellos salieron, ella decidió irse para saber de una vez por todas si era
verdad lo que decían del monstruo. Su abuelita le había dicho que algunas personas,
de tanto ser odiadas e infelices en el mundo, acababan volviéndose monstruos
horribles.
Ella pensó que tal vez, si trataba de ser
amigable con Dante, lograría que el malvado pudiera ser menos malo y aprendiera
a sonreír y a dejar de echar fuego y miedo sobre todo el mundo. Pensaba que tal
vez Dante no era un monstruo, sino un niño que se hizo grande sin haber
conocido el amor ni el calor de una sonrisa y de un abrazo como los que ella había
recibido toda su vida. Sin pensarlo más, cogió unas rosas de su jardín y se fue
sola hacia la cueva, donde Dante pasaba su vida oscura y triste, llena de mal
humor y de soledad. Llegó a la entrada de la cueva y un frío enorme le pasó por
su cuerpo. Tenía miedo, pero no iba a retroceder, segura de que sonreír
bastaría para calmar al más temible de los monstruos de la Tierra. Entró, y a
medida que lo hacía le pareció oír que alguien lloraba y que sus llantos eran
tristes, con una amargura muy grande. Se acercó más y pudo ver en la oscuridad
de la cueva que una criatura enorme y peluda estaba acurrucada en un rincón, y
a medida que ella se acercaba se dio cuenta de que no era un monstruo.
Era un hombre muy viejo, con mucho pelo en su
cabeza y en su cuerpo, con ojos tristes y cansados; por su rostro caían unas
lágrimas muy gruesas. Ella supo que tenía razón. Se acercó y, venciendo el
miedo, le dijo:
—Hola, ¿quién eres?
Aquel ser enorme y extraño levantó la cabeza
de entre sus manos y le dijo:
—Soy…
Quiso ser bueno, pero se acordó que su
costumbre era ser malo para que le tuvieran miedo, puso cara feroz y de rabia y
dijo:
—¿Quién eres tú que te has atrevido a entrar
en mis dominios?
—Soy Thatne, y vine a saludarte y a saber si
es verdad lo que dicen de ti.
—¿Y qué dicen de mí? —preguntó asustado.
—Dicen que eres un monstruo horrible y feroz
que mata todo lo que se acerque, que tus gritos congelan la sangre y que sale
fuego de tu boca. Pero no lo creo. Creo que eres un hombre triste y
sin sonrisas, un hombre que no sabe sonreír, y
por eso la alegría se fue de tu vida y vives oscuro en esta cueva. El que no
sabe reír, no sabe vivir.
El monstruo, sorprendido de la niña valiente
que le hablaba sin salir corriendo, le dijo:
—¿Sabes que puedo devorarte ahora mismo y
nunca volverás a ver a tus padres?
—No tengo miedo. No eres malo, lo que pasa es
que no sabes sonreír.
El monstruo, curioso, le dijo:
—¿Sonreír? ¿Qué es eso? Nunca recibí de eso en
mi vida. Solo caminaba por el mundo entre fieras, entre gentes malas que no saben
hacer eso que dices. ¿Sonreír es que se dice?
—Sí, sonreír. Voy a enseñarte a hacerlo.
¿Quieres probar?
—¿Y qué pasa si no aprendo?
—Siempre se aprende. Solo lo haces una vez,
alguien te responde y entonces nunca dejarás de hacerlo. Thatne salió, llevando
de la mano al horrible monstruo que lloraba porque no sabía reír. Llegó al
pueblo, donde la gente corría de un lado para otro al ver a la niña de la mano
de aquel monstruo terrible y feroz que podía matarla. Ella gritó a los que
corrían a esconderse:
—¡Vamos, salgan todos! ¡Es solo un viejo
triste que no sabe sonreír! No tengan miedo, sonrían para que aprenda y verán
que no les hará ningún daño.
Con miedo, algunos se atrevieron a asomarse, y
al ver que no había hecho daño a la niña, sonrieron poco a poco. Dante,
extrañado, empezó a imitar a quienes le sonreían, y se generó una cadena de
sonrisas que no tuvo fin en La Villa del sol, el pueblo que se empezó a conocer
como el más feliz y sonriente del mundo.
Y dicen que en ese pueblo, en esa villa de
gente alegre, todos los que tienen problemas y enfermedades del cuerpo y del
alma son sanados por la medicina de las sonrisas.

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